Entre poemas, Navidad y Año Nuevo – Ríodoce

2023-01-05 15:27:17 By : Ms. Candy Fan

La época decembrina propicia las reuniones en torno a la nochebuena, la navidad y el año nuevo, y en Sinaloa familias enteras se reúnen en casa de los abuelos durante las celebraciones.

Estos días de asueto, que en esta ocasión se prolongarán durante tres semanas para los estudiantes, son también una oportunidad para leer e inculcar el gusto por la lectura también en los más jóvenes.

En un afán de contribuir a la difusión de la lectura, Ríodoce ofrece en esta ocasión una serie de poemas de los escritores y escritoras latinoamericanos más reconocidos del siglo XX. Esperando que los disfruten.

Nunca te quejes de nadie, ni de nada, porque fundamentalmente tú has hecho lo que querías en tu vida.

Acepta la dificultad de edificarte a ti mismo y el valor de empezar corrigiéndote.

El triunfo del verdadero hombre surge de las cenizas de su error.

Nunca te quejes de tu soledad o de tu suerte, enfréntala con valor y acéptala.

De una manera u otra es el resultado de tus actos y prueba que tú siempre has de ganar..

No te amargues de tu propio fracaso ni se lo cargues a otro, acéptate ahora o seguirás justificándote como un niño.

Recuerda que cualquier momento es bueno para comenzar y que ninguno es tan terrible para claudicar.

No olvides que la causa de tu presente es tu pasado así como la causa de tu futuro será tu presente.

Aprende de los audaces, de los fuertes, de quien no acepta situaciones, de quien vivirá a pesar de todo, piensa menos en tus problemas y más en tu trabajo y tus problemas sin eliminarlos morirán.

Aprende a nacer desde el dolor y a ser más grande que el más grande de los obstáculos, mírate en el espejo de ti mismo y serás libre y fuerte y dejarás de ser un títere de las circunstancias porque tú mismo eres tu destino.

Levántate y mira el sol por las mañanas y respira la luz del amanecer.

Tú eres parte de la fuerza de tu vida, ahora despiértate, lucha, camina, decídete y triunfarás en la vida; nunca pienses en la suerte, porque la suerte es:

el pretexto de los fracasados…

MÉXICO, de mar a mar te viví, traspasado por tu férreo color, trepando montes sobre los que aparecen monasterios llenos de espinas, el ruido venenoso de la ciudad, los dientes solapados del pululante poetiso, y sobre las hojas de los muertos y las gradas que construyó el silencio irreductible, como muñones de un amor leproso, el esplendor mojado de las ruinas.

Pero del acre campamento, huraño sudor, lanzas de granos amarillos, sube la agricultura colectiva repartiendo los panes de la patria.

Otras veces calcáreas cordilleras interrumpieron mi camino, formas de los ametrallados ventisqueros que despedazan la corteza oscura de la piel mexicana, y los caballos que cruzan como el beso de la pólvora bajo las patriarcales arboledas.

Aquellos que borraron bravamente la frontera del predio y entregaron la tierra conquistada por la sangre entre los olvidados herederos, también aquellos dedos dolorosos anudados al sur de las raíces la minuciosa máscara tejieron, poblaron de floral juguetería y de fuego textil el territorio.

No supe qué amé más, si la excavada antigüedad de rostros que guardaron la intensidad de piedras implacables, o la rosa creciente, construida por una mano ayer ensangrentada.

Y así de tierra a tierra fui tocando el barro americano, mi estatura, y subió por mis venas el olvido recostado en el tiempo, hasta que un día estremeció mi boca su lenguaje.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos».

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería. Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella. Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla. La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca. Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise. Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos. Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero. Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos, mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa, y estos sean los últimos versos que yo le escribo.

Tú me quieres alba, me quieres de espumas, me quieres de nácar. Que sea azucena Sobre todas, casta. De perfume tenue. Corola cerrada.

Ni un rayo de luna filtrado me haya. Ni una margarita se diga mi hermana. Tú me quieres nívea, tú me quieres blanca, tú me quieres alba.

Tú que hubiste todas las copas a mano, de frutos y mieles los labios morados. Tú que en el banquete cubierto de pámpanos dejaste las carnes festejando a Baco. Tú que en los jardines negros del Engaño vestido de rojo corriste al Estrago.

Tú que el esqueleto conservas intacto no sé todavía por cuáles milagros, me pretendes blanca (Dios te lo perdone), me pretendes casta (Dios te lo perdone), ¡me pretendes alba!

Huye hacia los bosques, vete a la montaña; límpiate la boca; vive en las cabañas; toca con las manos la tierra mojada; alimenta el cuerpo con raíz amarga; bebe de las rocas; duerme sobre escarcha; renueva tejidos con salitre y agua:

Habla con los pájaros y lévate al alba. Y cuando las carnes te sean tornadas, y cuando hayas puesto en ellas el alma que por las alcobas se quedó enredada, entonces, buen hombre, preténdeme blanca, preténdeme nívea, preténdeme casta.

Tú, que nunca serás

Sábado fue, y capricho el beso dado, capricho de varón, audaz y fino, mas fue dulce el capricho masculino a este mi corazón, lobezno alado.

No es que crea, no creo, si inclinado sobre mis manos te sentí divino, y me embriagué. Comprendo que este vino no es para mí, mas juega y rueda el dado.

Yo soy esa mujer que vive alerta, tú el tremendo varón que se despierta en un torrente que se ensancha en río,

y más se encrespa mientras corre y poda. Ah, me resisto, más me tiene toda, tú, que nunca serás del todo mío.

Tengo esta noche las manos negras, el corazón sudado como después de luchar hasta el olvido con los ciempiés del humo.

Todo ha quedado allá, las botellas, el barco, no sé si me querían y si esperaban verme.

En el diario tirado sobre la cama dice encuentros diplomáticos, una sangría exploratoria, lo batió alegremente en cuatro sets.

Un bosque altísimo rodea esta casa en el centro de la ciudad, yo sé, siento que un ciego está muriéndose en las cercanías.

Mi mujer sube y baja una pequeña escalera como un capitán de navío que desconfía de las estrellas.

Hay una taza de leche, papeles, las once de la noche. Afuera parece como si multitudes de caballos se acercaran a la ventana que tengo a mi espalda.

Triste poema que expresa el sufrimiento y la añoranza de lo dejado atrás, probablemente derivado de las sensaciones que tuvo el autor al abandonar Argentina.

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio.

Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

Este bonito poema de amor nos relata las sensaciones que produce una situación de intimidad y amor y las sensaciones que nos despierta mirarse y besarse con la persona amada.

Hay besos que pronuncian por sí solos la sentencia de amor condenatoria, hay besos que se dan con la mirada hay besos que se dan con la memoria.

Hay besos silenciosos, besos nobles hay besos enigmáticos, sinceros hay besos que se dan sólo las almas hay besos por prohibidos, verdaderos.

Hay besos que calcinan y que hieren, hay besos que arrebatan los sentidos, hay besos misteriosos que han dejado mil sueños errantes y perdidos.

Hay besos problemáticos que encierran una clave que nadie ha descifrado, hay besos que engendran la tragedia cuantas rosas en broche han deshojado.

Hay besos perfumados, besos tibios que palpitan en íntimos anhelos, hay besos que en los labios dejan huellas como un campo de sol entre dos hielos.

Hay besos que parecen azucenas por sublimes, ingenuos y por puros, hay besos traicioneros y cobardes, hay besos maldecidos y perjuros.

Judas besa a Jesús y deja impresa en su rostro de Dios, la felonía, mientras la Magdalena con sus besos fortifica piadosa su agonía.

Desde entonces en los besos palpita el amor, la traición y los dolores, en las bodas humanas se parecen a la brisa que juega con las flores.

Hay besos que producen desvaríos de amorosa pasión ardiente y loca, tú los conoces bien son besos míos inventados por mí, para tu boca.

Besos de llama que en rastro impreso llevan los surcos de un amor vedado, besos de tempestad, salvajes besos que solo nuestros labios han probado.

¿Te acuerdas del primero…? Indefinible; cubrió tu faz de cárdenos sonrojos y en los espasmos de emoción terrible, llenáronse de lágrimas tus ojos.

¿Te acuerdas que una tarde en loco exceso te vi celoso imaginando agravios, te suspendí en mis brazos… vibró un beso, y qué viste después…? Sangre en mis labios.

Yo te enseñe a besar: los besos fríos son de impasible corazón de roca, yo te enseñé a besar con besos míos inventados por mí, para tu boca.

Entre irse y quedarse duda el día, enamorado de su transparencia.

La tarde circular es ya bahía: en su quieto vaivén se mece el mundo.

Todo es visible y todo es elusivo, todo está cerca y todo es intocable.

Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz reposan a la sombra de sus nombres.

Latir del tiempo que en mi sien repite la misma terca sílaba de sangre.

La luz hace del muro indiferente un espectral teatro de reflejos.

En el centro de un ojo me descubro; no me mira, me miro en su mirada.

Se disipa el instante. Sin moverme, yo me quedo y me voy: soy una pausa

Más allá del amor

Todo nos amenaza: el tiempo, que en vivientes fragmentos divide al que fui del que seré, como el machete a la culebra;

la conciencia, la transparencia traspasada, la mirada ciega de mirarse mirar;

las palabras, guantes grises, polvo mental sobre la yerba, el agua, la piel;

nuestros nombres, que entre tú y yo se levantan, murallas de vacío que ninguna trompeta derrumba.

Ni el sueño y su pueblo de imágenes rotas, ni el delirio y su espuma profética, ni el amor con sus dientes y uñas nos bastan.

Más allá de nosotros, en las fronteras del ser y el estar, una vida más vida nos reclama.

Afuera la noche respira, se extiende, llena de grandes hojas calientes, de espejos que combaten:

frutos, garras, ojos, follajes, espaldas que relucen, cuerpos que se abren paso entre otros cuerpos.

Tiéndete aquí a la orilla de tanta espuma, de tanta vida que se ignora y se entrega:

tú también perteneces a la noche.

Extiéndete, blancura que respira, late, oh estrella repartida, copa, pan que inclinas la balanza del lado de la aurora, pausa de sangre entre este tiempo y otro sin medida.

“La vida es de los felices” amanece en todos los pregones callejeros- rueda la mañana sobre el asfalto de la tierra ululante y caliente al extremo de la ciudad,

los árboles saludan al obrero, con sus ramas estremecidas por la alegría del viento vagabundo, el gran libertario.

Como un dolor sigue la sombra la silueta del hombre que desemboca en la ancha puerta de la fábrica allí -el humo acaecido en las máquinas, el gemido de las poleas bajo la presión del pensamiento humano,

los ojos siguen la labor constructora y toda fábrica es una sola maquinaria de empuje formidable como un titánico organismo que mueve el “motor maravilloso” de los cerebros de cien hombres unidos el hermoso espectáculo del cerebro y el músculo en acción!

El sudor les decora la cara como otra sonrisa que se tuesta en los labios apretados de anhelo,

la fábrica lo es todo:

la esperanza y la cárcel Todos los días son mañana para el obrero que los lleva apretados al corazón como la imagen de la madre

LIBERTAD! estandarte del Hombre! el Sol espera la salida de la fábrica desde el horizonte sus anchos brazos de luz saludan el dolor del obrero vencedor de la Vida.

La gota es un modelo de concisión: todo el universo encerrado en un punto de agua.

La gota representa el diluvio y la sed. Es el vasto Amazonas y el gran Océano.

La gota estuvo allí en el principio del mundo. Es el espejo, el abismo, la casa de la vida y la fluidez de la muerte.

Para abreviar, la gota está poblada de seres que se combaten, se exterminan, se acoplan. No pueden salir de ella, gritan en vano.

Preguntan como todos: ¿de qué se trata, hasta cuándo, qué mal hicimos para estar prisioneros de nuestra gota?

Y nadie escucha. Sombra y silencio en torno de la gota, brizna de luz entre la noche cósmica en donde no hay respuesta.

Los elementos de la noche

Bajo el mínimo imperio que el ver no ha roído se derrumban los días, la fe, las previsiones. En el último valle la destrucción se sacia en ciudades vencidas que la ceniza afrenta.

La lluvia extingue el bosque iluminado por el relámpago. La noche deja su veneno. Las palabras se rompen contra el aire.

Nada se restituye, nada otorga el verdor a los campos calcinados.

Ni el agua en su destierro sucederá a la fuente ni los huesos del águila volverán por sus alas.

Espero curarme de ti en unos días. Debo dejar de fumarte, de beberte, de pensarte. Es posible. Siguiendo las prescripciones de la moral en turno. Me receto tiempo, abstinencia, soledad.

¿Te parece bien que te quiera nada más una semana? No es mucho, ni es poco, es bastante. En una semana se puede reunir todas las palabras de amor que se han pronunciado sobre la tierra y se les puede prender fuego. Te voy a calentar con esa hoguera del amor quemado. Y también el silencio. Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada.

Hay que quemar también ese otro lenguaje lateral y subversivo del que ama. (Tú sabes cómo te digo que te quiero cuando digo: «qué calor hace», «dame agua», «¿sabes manejar?», «se hizo de noche»… Entre las gentes, a un lado de tus gentes y las mías, te he dicho «ya es tarde», y tú sabías que decía «te quiero»).

Una semana más para reunir todo el amor del tiempo. Para dártelo. Para que hagas con él lo que quieras: guardarlo, acariciarlo, tirarlo a la basura. No sirve, es cierto. Sólo quiero una semana para entender las cosas. Porque esto es muy parecido a estar saliendo de un manicomio para entrar a un panteón.

Los amorosos callan. El amor es el silencio más fino, el más tembloroso, el más insoportable. Los amorosos buscan, los amorosos son los que abandonan, son los que cambian, los que olvidan.

Su corazón les dice que nunca han de encontrar, no encuentran, buscan. Los amorosos andan como locos porque están solos, solos, solos, entregándose, dándose a cada rato, llorando porque no salvan al amor.

Les preocupa el amor. Los amorosos viven al día, no pueden hacer más, no saben. Siempre se están yendo, siempre, hacia alguna parte. Esperan, no esperan nada, pero esperan.

Saben que nunca han de encontrar. El amor es la prórroga perpetua, siempre el paso siguiente, el otro, el otro. Los amorosos son los insaciables, los que siempre -¡que bueno!- han de estar solos. Los amorosos son la hidra del cuento.

Tienen serpientes en lugar de brazos. Las venas del cuello se les hinchan también como serpientes para asfixiarlos. Los amorosos no pueden dormir porque si se duermen se los comen los gusanos. En la oscuridad abren los ojos y les cae en ellos el espanto. Encuentran alacranes bajo la sábana y su cama flota como sobre un lago.

Los amorosos son locos, sólo locos, sin Dios y sin diablo. Los amorosos salen de sus cuevas temblorosos, hambrientos, a cazar fantasmas. Se ríen de las gentes que lo saben todo, de las que aman a perpetuidad, verídicamente, de las que creen en el amor como una lámpara de inagotable aceite.

Los amorosos juegan a coger el agua, a tatuar el humo, a no irse. Juegan el largo, el triste juego del amor. Nadie ha de resignarse. Dicen que nadie ha de resignarse. Los amorosos se avergüenzan de toda conformación. Vacíos, pero vacíos de una a otra costilla, la muerte les fermenta detrás de los ojos, y ellos caminan, lloran hasta la madrugada en que trenes y gallos se despiden dolorosamente.

Les llega a veces un olor a tierra recién nacida, a mujeres que duermen con la mano en el sexo, complacidas, a arroyos de agua tierna y a cocinas. Los amorosos se ponen a cantar entre labios una canción no aprendida, y se van llorando, llorando, la hermosa vida.

Compañera usted sabe que puede contar conmigo no hasta dos ni hasta diez sino contar conmigo.

Si alguna vez advierte que la miro a los ojos y una veta de amor reconoce en los míos no alerte sus fusiles ni piense qué deliro a pesar de la veta o tal vez porque existe usted puede contar conmigo.

Si otras veces me encuentra huraño sin motivo no piense qué flojera, igual puede contar conmigo.

Pero hagamos un trato, yo quisiera contar con usted. Es tan lindo saber que usted existe, uno se siente vivo y cuando digo esto quiero decir contar aunque sea hasta dos, aunque sea hasta cinco, no para que acuda presurosa en mi auxilio sino para saber a ciencia cierta que usted sabe que puede contar conmigo.

Tus manos son mi caricia, mis acordes cotidianos, te quiero porque tus manos trabajan por la justicia.

Si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo, y en la calle codo a codo somos mucho más que dos.

Tus ojos son mi conjuro contra la mala jornada, te quiero por tu mirada que mira y siembra futuro.

Tu boca que es tuya y mía, tu boca no se equivoca, te quiero porque tu boca sabe gritar rebeldía.

Si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo, y en la calle codo a codo somos mucho más que dos.

Y por tu rostro sincero y tu paso vagabundo y tu llanto por el mundo, porque sos pueblo te quiero.

Y porque amor no es aureola ni cándida moraleja y porque somos pareja que sabe que no está sola.

Te quiero en mi paraíso, es decir que en mi país la gente viva feliz aunque no tenga permiso.

Si te quiero es porque sos mi amor, mi cómplice y todo, y en la calle codo a codo somos mucho más que dos.

Otra vez el tiempo te ha traído al cerco de mis sueños funerales.

Tu piel, cierta humedad salina, tus ojos asombrados de otros días, con tu voz han venido, con tu pelo.

El tiempo, muchacha, que trabaja como loba que entierra a sus cachorros como óxido en las armas de caza, como alga en la quilla del navío, como lengua que lame la sal de los dormidos, como el aire que sube de las minas, cono tren en la noche de las páramos.

De su opaco trabajo nos nutrimos como pan de cristiano o rancia carne que enjuta la fiebre de los ghettos a la sombra del tiempo, amiga mía, un agua mansa de acequia me devuelve lo que guardo de ti para ayudarme a llegar hasta el fin de cada día.

¿Dónde estará mi vida, la que pudo haber sido y no fue, la venturosa o la de triste horror, esa otra cosa que pudo ser la espada o el escudo

y que no fue? ¿Dónde estará el perdido antepasado persa o el noruego, dónde el azar de no quedarme ciego, dónde el ancla y el mar, dónde el olvido

de ser quien soy? ¿Dónde estará la pura noche que al rudo labrador confía el iletrado y laborioso día,

según lo quiere la literatura? Pienso también en esa compañera que me esperaba, y que tal vez me espera.

Los ponientes y las generaciones. Los días y ninguno fue el primero.

La frescura del agua en la garganta de Adán. El ordenado Paraíso.

El ojo descifrando la tiniebla.

El amor de los lobos en el alba.

La palabra. El hexámetro. El espejo.

La Torre de Babel y la soberbia.

La luna que miraban los caldeos.

Las arenas innúmeras del Ganges.

Chuang-Tzu y la mariposa que lo sueña.

Las manzanas de oro de las islas.

Los pasos del errante laberinto.

El infinito lienzo de Penélope.

El tiempo circular de los estoicos.

La moneda en la boca del que ha muerto.

El peso de la espada en la balanza.

Cada gota de agua en la clepsidra.

Las águilas, los fastos, las legiones.

César en la mañana de Farsalia.

La sombra de las cruces en la tierra.

El ajedrez y el álgebra del persa.

Los rastros de las largas migraciones.

La conquista de reinos por la espada.

La brújula incesante. El mar abierto.

El eco del reloj en la memoria.

El rey ajusticiado por el hacha.

El polvo incalculable que fue ejércitos.

La voz del ruiseñor en Dinamarca.

La escrupulosa línea del calígrafo.

El rostro del suicida en el espejo.

El naipe del tahúr. El oro ávido.

Las formas de la nube en el desierto.

Cada remordimiento y cada lágrima.

Se precisaron todas esas cosas para que nuestras manos se encontraran.

Bosque de rosas (Allí despacio)

¡Oh! la sangre del alma, ¿tú la has visto? Tiene manos y voz, y al que la vierte Eternamente entre las sombras acusa. ¡Hay crímenes ocultos, y hay cadáveres De almas, y hay villanos matadores! Al bosque ven: del roble más erguido Un pilón labremos, y ¡en el pilón Cuantos engañen a mujer pongamos!

Ésa es la lidia humana: ¡la tremenda Batalla de los cascos y los lirios!

¿Pues los hombres soberbios, no son fieras? Bestias y fieras! Mira, aquí te traigo Mi bestia muerta y mi furor domado.

Ven, a callar, a murmurar, al ruido De las hojas de Abril y los nidales.

Deja, oh mi amada, las paredes mudas De esta casa ahoyada y ven conmigo No al mar que bate y ruge sino al bosque De rosas que hay al fondo de la selva.

Allí es buena la vida, porque es libre, Y tu virtud, por libre, será cierta, Por libre, mi respeto meritorio.

Ni el amor, si no es libre, da ventura.

¡Oh, gentes ruines, los que en calma gozan De robados amores! Si es ajeno El cariño, el placer de respetarlo Mayor mil veces es que el de su goce;

Del buen obrar que orgullo al pecho queda Y como en dulces lágrimas rebosa,

Y en extrañas palabras, que parecen ¡Aleteos, no voces! Y ¡qué culpa La de fingir amor! ¡Pues hay tormento Como aquel, sin amar, de hablar de amores!

¡Ven, que allí triste iré, pues yo me veo! ¡Ven, que la soledad será tu escudo!

Cuando hayan salido del reloj todas las hormigas y se abra – por fin – la puerta de la soledad, la muerte, ya no me encontrará.

Me buscará entre los árboles, enloquecidos por el silencio de una cosa tras otra. No me hallará en la altiplanicie deshilada sintiéndola en la fuente de una rosa.

Estoy partiendo el fruto del insomnio con la mano acuchillada por el azar. Y la casa está abierta de tal modo, que la muerte ya no me encontrará.

Y ha de buscarme sobre los árboles y entre las nubes. (¡Fruto y color la voz encenderá!) Y no puedo esperarla: tengo cita con la vida, a las luces de un cantar.

Se oyen pasos – ¿muy lejos?… – todavía hay tiempo de escapar.

Para subir la noche sus luceros, un hondo son de sombras cayó sobe la mar.

Ya la sangre contra el corazón se estrella. Anochece tan claro que me puedo desnudar.

Así, cuando la muerte venga a buscarme, mi ropa solamente encontrará.

He vivido casi toda mi vida lejos de mis cielos.

Pero mis pies están marcados en los códices, en la voz profunda de mi pueblo.

Camino sobre el mar y las nubes que me traje: son mi tierra firme.

¿Quién me la puede quitar? Cuando digo que estoy solo es porque no estoy en la plaza pública sino en cada uno de vosotros, como en los granos la granada.

Podríais enterrarme en la voz de cualquier niño si tiene los pies descalzos y ha visto los volcanes.

Mis ojos siempre se abren sobre la luz primera, y al cerrarlos, sobre mí cae siempre la sombra de mi infancia.

¿Y todo lo que he vivido, me pregunto, toda el agua escurrida entre mis dedos, todo lo bailado, no es un sueño?

No he tenido tiempo para soñar, amigos.

Apenas si he tenido para no morirme.

No puedo descifrar el símbolo porque el símbolo no es un lenguaje.

Estoy tan cerca que no me veis en las cenizas de los muertos y en las manos de los niños futuros.

Tercamente guatemalteco, no necesito recordar, me basta con palparme.

El sueño no tiene vocales, pero tiene llamaradas y tambores mudos, y las mismas fogatas arden en las mismas cumbres.

…Si tiene los pies descalzos y ha visto los volcanes.

Nocturno de la noche Para Efraín Huerta

Cuando la noche; cuando los espejos reciben el asombro culpable de los adulterios y las sillas saben de las torpes pisadas; cuando los libros se quedan abiertos como una película de pronto detenida y los cigarrillos sólo son un recuerdo de angustias y desvelos, quemados para siempre;

cuando los números Palmer del mediocre joven meritorio son un feroz y enloquecidamente acariciado anhelo de abrazarse por sorpresa a la Amparito o a la Chole en un mentido vuelco aéreo del Luna Park;

cuando las prostitutas ofrecen su seco y taciturno sexo a los inspectores o a las escalofriantes agujas de los que le ponen Roberto o Gustavo;

cuando una gringa en lo alto de un hotel lleno de cafiaspirina bebe el horroroso brandy desesperadamente sin parar con el triste frenesí salvaje que cuenta Duhamel;

cuando en las abandonadas conserjerías de latón sólo se sabe ya del chillido de la niña loca del conserje;

cuando la rubia insidia de la Western Union grita con las pipas de los colonos que ya no se escriba sino se cablegrafíe, que ya no se sueñe sino se asesine, que ya no se llore sino se pisoteen los vientres embarazados;

cuando las pistolas de aire y la soldadura autógena que cada vez parece más una enfermedad de los dientes, entonces oigo torrentes furiosos de semen que corre por las calles como entre caños de sombra y de injurias:

semen impuro y vicioso de horrendos señoritos, destilado en las esquinas oscuras, en los pasillos de los cines y en los mingitorios.

Semen con la decrepitud alucinante del ojo que mira por la cerradura en el cuarto del hotel donde la joven pareja se ha sepultado para siempre.

Semen cien veces maldito de las sombras de los jardines.

Cuando el crimen y los papeleros se duermen en la calle.

Se sucede sin fin, ignorándose a sí mismo atormentado, con una falsa alegría de labios relamidos y de placer gratuito, sin pensar en la sangre derramada, sin pensar en el limpio, puro y desvestido espacio, sin pensar en la música y el aire, sin pensar en la vida.

Es preciso, es preciso, es preciso que se caigan los muros, que cesen los venablos de angustia que nos han atravesado, que quede nada más un grito clamando, herido eternamente, y una sobrehumana colérica voluntad como ramas de un árbol furioso para golpear hasta el polvo y el aniquilamiento.

Cuando lo noche. Cuando la angustia. Cuando las lágrimas.

Yo, que tengo una juventud llena de voces, de relámpagos, de arterias vivas, que acostado en mis músculos, atento a cómo corre y llora mi sangre, a como se agolpan mis angustias como mares amargos o como espesas losas de desvelo, oigo que se juntan todos los gritos cual un bosque de estrechos corazones apretados;

oigo lo que decimos todavía hoy todo lo que diremos aún, de punta sobre nuestros graves latidos, por boca de los árboles, por boca de la tierra.

Yo, que irrevocablemente sé de nuestra eternidad definitiva de nuestra juventud de atentos sueños y lágrimas despiertas;

de los tercos tambores tercamente sonando que hay en nuestro oscuro fondo.

Que tengo un par de rotos ojos vivos, mirando, aún no calcinados, y unos brazos largos inmensos, eternos como piedras, como piedras duras y varoniles y tristes.

Que con esos ojos abiertos y sufriendo sé ver nuestra tierra por la sal blanqueada, blanqueada por la amarga leche de los senos, cómo se apaga con los huesos.

Y cómo se apaga y se seca de ceniza la sed y se pudren las manos, y se curva el silencio.

Yo, que tengo un pobre e inútil corazón para toda la tristeza que dejo de sufrir a cualquier hora, he visto a las madres arenosas y clavadas, las madres de tezontle, las madres de piedra de metate, llorando cuantas vivas de cal, granos amargos, gotas de plomo.

Lloran piedras de río sentadas como viejas raíces, las madres de tierra de la tierra.

He visto y llorado todo esto, yo. Pero no he llorado todavía. Hay un océano grande de tristeza.

Quisiera tener un corazón lleno de trigo y mi pobre corazón es muy pequeño.

Hay que hacer un gran río del mundo, juntar nuestros pulsos hasta formar un gran cielo.

Un cielo del que llovamos redivivos, nuevos, virtuosamente limpios y dispuestos.

Yo soy borracho. Me seduce el vino luminoso y azul de la Quimera que pone una explosión de Primavera sobre mi corazón y mi destino.

Tengo el alma hecha ritmo y armonía; todo en mi ser es música y es canto, desde el réquiem tristísimo de llanto hasta el trino triunfal de la alegría.

Y no porque la vida mi alma muerda ha de rimar su ritmo mi alma loca: aun mas que por la mano que la toca la cuerda vibra y canta porque es cuerda.

Así, cuando la negra y dura zarpa de la muerte destroce el pecho mío, mi espíritu ha de ser en el vacío cual la postrera vibración de un arpa.

Y ya de nuevo en el astral camino concretara sus ansias de armonía en la cascada de una sinfonía, o en la alegría musical de un trino.

Quisimos aprender la despedida y rompimos la alianza que juntaba al amigo con la amiga. Y alzamos la distancia entre las amistades divididas.

Para aprender a irnos, caminamos. Fuimos dejando atrás las colinas, los valles, los verdeantes prados. miramos su hermosura pero no nos quedamos.

Agonía fuera del muro

Miro las herramientas, El mundo que los hombres hacen, donde se afanan, Sudan, paren, cohabitan.

El cuerpo de los hombres prensado por los días, Su noche de ronquido y de zarpazo Y las encrucijadas en que se reconocen.

Hay ceguera y el hambre los alumbra Y la necesidad, más dura que metales.

Sin orgullo (¿qué es el orgullo? ¿Una vértebra Que todavía la especie no produce?) Los hombres roban, mienten, Como animal de presa olfatean, devoran Y disputan a otro la carroña.

Y cuando bailan, cuando se deslizan O cuando burlan una ley o cuando Se envilecen, sonríen, Entornan levemente los párpados, contemplan El vacío que se abre en sus entrañas Y se entregan a un éxtasis vegetal, inhumano.

Yo soy de alguna orilla, de otra parte, Soy de los que no saben ni arrebatar ni dar, Gente a quien compartir es imposible.

No te acerques a mi, hombre que haces el mundo, Déjame, no es preciso que me mates. Yo soy de los que mueren solos, de los que mueren De algo peor que vergüenza. Yo muero de mirarte y no entender.

En la sala de espera sin nombre ni rostro, Libre de los pasos violentos que destrozan el camino, De la memoria que destruye como un ácido el alma, Cadáver vacío de esperanza, Ilusiones convertidas en humildes piedras, Y el corazón latiendo para siempre en el mismo punto.

Yo había atravesado la vida como un balazo durante cuarenta y tres años, Hasta que naciste tú. Saltamos las barreras del tiempo, Nuestras almas milenarias pudieron encontrarse.

Tú sabías que algún día tendrías que asistir a mi muerte, Dejarme disolver en tu memoria.

Yo sabía que debería impedir tu suicidio, Convencerte de que continuaría invisible junto a ti.

El presente se convirtió en joya, A la que transformamos en esfera, Danzando con los astros alrededor del ojo de dios.

Con euforia mezclada de tenebrosa angustia, Vimos la eternidad en cada segundo, Y al infinito acurrucado Como un gato junto a nuestros pies.

Nuestros corazones aprendieron a latir al mismo ritmo, Conversamos sin cesar con las bocas pegadas, Una junta a la otra.

Le dimos a nuestros cuerpos cadáveres, El orgasmo que los vestía de ángeles, Los ruidos invasores se convirtieron en música, Y la manzana que ambos mordimos, Adquirió el sabor del elixir de las vidas sin fin.

Qué más se puede pedir! Ahí vamos felices hacia el exterminio, Como el sol y sus planetas, Como las miríadas de universos, Exterminio que es pantano, Dando origen a la sublime flor de la conciencia, Cuyo aroma es el amor.

Hay un día feliz

A recorrer me dediqué esta tarde Las solitarias calles de mi aldea Acompañado por el buen crepúsculo Que es el único amigo que me queda.

Todo está como entonces, el otoño Y su difusa lámpara de niebla, Sólo que el tiempo lo ha invadido todo Con su pálido manto de tristeza.

Nunca pensé, creédmelo, un instante Volver a ver esta querida tierra, Pero ahora que he vuelto no comprendo Cómo pude alejarme de su puerta.

Nada ha cambiado, ni sus casas blancas Ni sus viejos portones de madera.

Todo está en su lugar; las golondrinas En la torre más alta de la iglesia; El caracol en el jardín, y el musgo En las húmedas manos de las piedras.

No se puede dudar, éste es el reino Del cielo azul y de las hojas secas En donde todo y cada cosa tiene Su singular y plácida leyenda:

Hasta en la propia sombra reconozco La mirada celeste de mi abuela.

Estos fueron los hechos memorables Que presenció mi juventud primera, El correo en la esquina de la plaza Y la humedad en las murallas viejas.

¡Buena cosa, Dios mío!; nunca sabe Uno apreciar la dicha verdadera, Cuando la imaginamos más lejana Es justamente cuando está más cerca.

Ay de mí, ¡ay de mí!, algo me dice Que la vida no es más que una quimera; Una ilusión, un sueño sin orillas, Una pequeña nube pasajera.

Vamos por partes, no sé bien qué digo, La emoción se me sube a la cabeza.

Como ya era la hora del silencio Cuando emprendí mi singular empresa, Una tras otra, en oleaje mudo, Al establo volvían las ovejas.

Las saludé personalmente a todas Y cuando estuve frente a la arboleda Que alimenta el oído del viajero Con su inefable música secreta Recordé el mar y enumeré las hojas En homenaje a mis hermanas muertas.

Perfectamente bien. Seguí mi viaje Como quien de la vida nada espera.

Pasé frente a la rueda del molino, Me detuve delante de una tienda: El olor del café siempre es el mismo, Siempre la misma luna en mi cabeza; Entre el río de entonces y el de ahora No distingo ninguna diferencia.

Lo reconozco bien, éste es el árbol Que mi padre plantó frente a la puerta (Ilustre padre que en sus buenos tiempos Fuera mejor que una ventana abierta).

Yo me atrevo a afirmar que su conducta Era un trasunto fiel de la Edad Media Cuando el perro dormía dulcemente Bajo el ángulo recto de una estrella.

A estas alturas siento que me envuelve El delicado olor de las violetas Que mi amorosa madre cultivaba Para curar la tos y la tristeza.

Cuánto tiempo ha pasado desde entonces No podría decirlo con certeza;

Todo está igual, seguramente, El vino y el ruiseñor encima de la mesa, Mis hermanos menores a esta hora Deben venir de vuelta de la escuela:

¡Sólo que el tiempo lo ha borrado todo Como una blanca tempestad de arena!

Artículo publicado el 25 de diciembre de 2022 en la edición 1039 del semanario Ríodoce.

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